01/02/2024 Jueves 4º (Mc 6, 7-13)

Llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, confiándoles poder sobre los espíritus inmundos.

Metidos a valorar en plan de jueces esta decisión de Jesús, habríamos juzgado una grave irresponsabilidad el envío de estos hombres tan poco preparados para la misión que se les confía. Es mejor, en plan de discípulos, dejarnos sorprender por este Jesús. Le vemos, por una parte, tan poco perfeccionista o escrupuloso en su relación con los discípulos; le vemos, por otra parte, tan dispuesto a aceptar maneras deficientes de seguimiento y de proclamación del mensaje.

De dos en dos. Todos los cristianos somos enviados a proclamar el Evangelio. Si no lo sentimos así, no tenemos idea de lo que significa ser cristiano. La primera proclamación es la de la fraternidad. Proclamación que entra por los ojos: En esto conocerán que sois discípulos míos, en que os amáis unos a otros (Jn 13, 35). Ningún cristiano anuncia el Evangelio por sí, sino solo enviado por la Iglesia que ha recibido el mandato de Cristo mismo. Un bautizado que no siente la necesidad de anunciar el Evangelio, de anunciar a Jesús, no es un buen cristiano (Papa Francisco).

Les encargó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja… La proclamación del Evangelio debe hacerse desde la ausencia de seguridades externas. Lo contrario proclama la falta de algo tan esencial del mensaje como la confianza; proclama también que no seguimos los pasos de quien dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza (Mt 8, 20). La misión se lleva a cabo desde la pobreza: la material o de cualquier otro tipo.

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