01/07/2020 Miércoles 13 (Mt 8, 28-34)

Al llegar a la otra orilla y entrar en territorio de gadarenos, fueron a su encuentro dos endemoniados salidos de los sepulcros.

Llega Jesús a territorio pagano dominado por las fuerzas del mal. En unas personas, en los dos endemoniados, el dominio es horripilante; en otras, en la mayoría de los habitantes del lugar, el dominio se disfraza de progreso y civilización. Jesús, con su presencia, destierra los poderes malignos mandándolas al reino de lo impuro; reino simbolizado por los cerdos.

¡Hijo de Dios! ¿Qué tienes contra nosotros? ¿Has venido antes de tiempo a atormentarnos?

Parecen palabras pronunciadas por unos reos que, condenados a la pena capital, se quejan porque todavía no ha llegado la fecha de su ejecución. Las fuerzas del mal saben bien que tienen fecha de caducidad. Será cuando toda rodilla se doble al nombre de Jesús en los cielos, en la tierra y en los abismos (Flp 2, 10).

El Hijo de Dios vivo no ha venido a este mundo para quedarse en los lugares de sentido, bienestar, reconocimiento social, sino que se adentra en todos los recovecos infernales de la existencia humana para liberarnos, para restituir dignidades rotas (Papa Francisco).

Toda la población salió al encuentro de Jesús y al verlo le suplicaban que se marchara de su territorio.

Les interesan más los cerdos que las personas. Es algo de gran actualidad. Los habitantes de territorio pagano no se ponen violentos; con mucha cortesía le expulsan de su territorio. Es la manera más frecuente de persecución. Sin derramamiento de sangre, los poderes del mundo crean ambientes hostiles al Evangelio; somos marginados. Y entonces, ¿qué?: Aunque sufrierais a causa de la justicia, dichosos vosotros. No les tengáis ningún miedo ni os turbéis (1 P 3, 14).

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