02/04/2021 Viernes Santo (Jn 18, 1 - 19, 42)

Todo se ha cumplido. Dobló la cabeza y entregó el espíritu.

Todo lo anunciado en las Escrituras, todo lo dispuesto por Dios desde toda la eternidad, se cumple en este momento. Jesús entrega su espíritu: Nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente… Este es el encargo que he recibido del Padre (Jn 10, 18).

Si los padecimientos físicos han sido espantosos, la angustia de sentirse abandonado ha sido muchísimo peor: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? En verdad se ha solidarizado con lo más horrendo del dolor humano. Pero es precisamente ahí, en la contemplación del Crucificado, donde podemos percibir el más auténtico rostro de Dios; el Dios-Amor, el Dios rico en misericordia. El Dios que perdona a quienes le crucifican; el Dios que ofrece la salvación al buen ladrón; el Dios que abre los ojos del centurión romano.

Es cierto que el misterio del mal es insondable, incomprensible para la razón; pero todo el mal desaparece engullido, como gota de vinagre en el mar, en la grandiosidad del misterio del Dios-Amor. Bien dice San Pablo que donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rm 5, 20).

Hoy, día de Viernes Santo, el Papa Francisco nos invita a mirar a menudo esta cátedra de Dios, para aprender el amor humilde que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda de poder y de fama. Pidamos la gracia de entender al menos un poco de este misterio de anonadamiento por nosotros en la cruz.

Todo se ha cumplido. Dobló la cabeza y entregó el espíritu.

El Crucificado es la revelación suprema del Dios-Amor. Hoy, Viernes Santo, es el día para llorar. Primero lloramos algunas lágrimas de pena ante tanto sufrimiento; luego, lloramos muchas muchas lágrimas de gozo y de agradecimiento ante tan desmedido amor.

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