02/07/2020 Jueves 13 (Mt 9, 1-8)

Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: ¡Ánimo!, hijo, tus pecados te son perdonados.

Imaginamos al paralítico y a sus camilleros atónitos ante estas palabras. No se habían tomado tantas molestias para eso. Sabemos de la fe de los camilleros: Viendo la fe de ellos. No sabemos nada del paralítico; está en manos de sus amigos. Es suficiente para Jesús. Sin exigir ningún requisito perdona soberanamente los pecados del paralítico. ¿Quizá le falta poco para perdonar también a los camilleros? Quizá.

Jesús nos hace entender que la mejor calidad de vida de una persona comienza por su salud interior; que sirve de poco tener un físico perfecto si el alma está enferma. Solamente cuando me sé perdonado soy capaz de reconocerme pecador. Así sucedió al pródigo de la parábola; dejó los cerdos y volvió a su padre pensando solamente en sí mismo. Luego, sentado a la mesa del banquete, comenzó a entender de verdad su pecado a la luz de la bondad de su padre. Calibro mi pecado solamente cuando me siento abrumado por el amor del Padre.

El Papa Francisco comenta: Muchas personas viven paralizadas por la culpa, negándose a sí mismas y a otros la posibilidad de perdón. Pero para Jesús todas las personas somos recuperables.

Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

Todos tenemos nuestra camilla. Suele ser vieja, mugrienta y maloliente. Nos gustaría deshacernos de ella. Pero, no; Jesús quiere que la conservemos en el recuerdo. Como hizo Jesús con su camilla, con las llagas de su pasión. Gracias a ellas recuperó a su discípulo Tomás. Gracias a las camillas de nuestro pasado, podemos ahora estar cerca y apoyar a quien ahora vive postrado en su camilla.

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