04/08/2020 San Juan Mª Vianney (Mt 15, 1-2; 10-14)

¿Por qué tus discípulos transgreden la tradición de los antepasados? Pues no se lavan las manos a la hora de comer.

Los escribas y fariseos se le quejan. No les preocupa la guarda de unas normas de higiene. Han convertido las normas higiénicas en normas religiosas. Parecen convencidos de que una buena relación con Dios depende de la escrupulosa atención a rituales y prácticas externas. Teniendo en cuenta nuestra corta capacidad de atención, es evidente que cuanta más atención prestamos a lo exterior, menos atención prestamos a lo interior. El espíritu fariseo se preocupa por la fachada. Se caracteriza también por la facilidad con que se escandaliza aparatosamente ante los pecados ajenos. No así Jesús, que parece inmune al escándalo. Lo vemos ante el traidor, ante Pedro, ante la adúltera, ante la prostituta.

Nada que ver la religiosidad farisea con la de Jesús, que pone por delante la transparencia y la limpieza del corazón. Jesús aborrece la religiosidad farisea porque despersonaliza y esclaviza al hombre en lugar de liberarlo.

Dejadlos: son ciegos y guías ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo.

Tanto el pueblo como sus dirigentes se instalan en una religiosidad gratificante porque irreprochable desde el punto de vista de la ley. Pero, para Dios, ésa es una religiosidad superficial y carente de compromiso: Este pueblo me honra con los labios, pero tiene lejos el corazón. La projimidad, de la que gusta hablar el Papa Francisco, queda fuera del núcleo de la religiosidad farisea. ¿No nos pasa algo de eso a nosotros, cuando nos escondemos detrás de normas o de prácticas religiosas para no atender las necesidades de otros?

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