05/02/2021 Santa Águeda (Mc 6, 14-29)

Herodes respetaba a Juan. Sabiendo que era hombre honrado y santo, lo protegía; hacía muchas cosas aconsejado por él y lo escuchaba con agrado.

Todo lo humano, también Herodes, tiene una cara más amable y otra menos amable. Suele suceder que con la más amable tratamos de vendar los ojos para no ver la menos amable.

Así Herodes. Con su admiración por Juan por una parte. Pero, por otra parte, con su inmoralidad y el asesinato del Bautista. Así también nuestra sociedad. Con su gran sensibilidad ante derechos de humanos y de animales por una parte. Pero, por otra parte, con su desdén por la vida de mayores y de no nacidos. Nuestro complejo de superioridad nos lleva a la cretina arrogancia de convertirnos en jueces de otros pueblos y de la historia pasada.

¿No sucede algo parecido con nosotros mismos? ¿No será que también nosotros, con nuestra cara amable de personas piadosas y honradas, vendamos los ojos para no ver lo que dejamos de hacer? Bien dice quien advierte que peor que el mal que podemos cometer es el bien que dejamos de hacer.

El guardia se fue y le decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja.

Después de su purificación en el anonadamiento de la prisión, Juan termina su vida bajo la autoridad de un rey mediocre, borracho y corrupto. Así termina el hombre más grande nacido de mujer. Esto no es algo del pasado: hoy sucede a nuestros mártires (Papa Francisco).

La macabra muerte de Juan anuncia la de Jesús. Es también un aviso para todo seguidor de Jesús. Tengamos o no una muerte violenta y tétrica, tenemos que asumir la cruz; cruz que se presenta de muchas maneras.

    0