06/02/2023 Santos Pablo Miki y compañeros (Mc 6, 53-56)

Terminada la travesía, tocaron tierra en Genesaret y atracaron.

Vienen de la otra orilla, la orilla pagana del lago, donde Jesús ha dado de comer a miles de personas con unos pocos panes y peces. La travesía ha sido dura debido al viento contrario. Ahora, de vuelta en Galilea encuentran muchos enfermos en todos los pueblos que visitan.

Recorriendo la región, le fueron llevando en camillas todos los enfermos, adonde oían que se encontraba… Y los que le tocaban se sanaban.

Parece que la región sufría una pandemia. A nosotros, durante la reciente pandemia del COVID, se nos prohibieron los contactos y la cercanía física. ¿Habría aceptado Jesús estas normas? Porque, aunque también sanaba a distancia, le gustaba tocar y que le tocasen. Son muchos los ejemplos: tomó de la mano a la suegra de Pedro y a la hija de Jairo, tocó a los intocables leprosos, etc.

Jesús se ha hecho uno de nosotros para que nos acerquemos a Él y le toquemos; lo hacemos con la mano de la fe. Ese contacto provoca que brote de Él una fuerza sanadora que libera de dolencias del cuerpo y del espíritu.

Aunque la pandemia del COVID parece cosa del pasado, lo cierto es que todos nosotros somos víctimas de algún mal o de alguna mancha del espíritu de la que nos gustaría vernos libres. Son muchos los psicólogos y psiquíatras que se ganan la vida tratando de poner remedio a esto; son una buena terapia para una buena salud interior. Claro que para nosotros los creyentes no hay mejor terapia que la de la fe. Lo sabía bien aquella mujer que, después de gastarse su fortuna en médicos, encontró en Jesús al mejor de ellos (Mc 5, 25-34).

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