06/03/2024 Miércoles 3º de Cuaresma (Mt 5, 17-19)

No penséis que he venido a abolir la ley o los profetas. No he venido a abolir, sino a dar plenitud.

Jesús tuvo muchos problemas con la autoridad judía: le acusaban de menospreciar la ley y los profetas. Pablo, antes de su conversión celoso guardián de la ley y los profetas, persiguió a muerte a los seguidores de Jesús por esa misma razón. Pero después de convertido, se transformó en entusiasta pregonero de la plenitud que Jesús inyectó en la ley y en los profetas.

-        Entonces, ¿por la fe privamos a la ley de su valor? ¡De ningún modo! Más bien, la consolidamos (Rm 3, 31). Únicamente la fe, que obra por caridad, permite a la ley alcanzar la meta para la que fue creada.

-        Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Gal 5, 14). Para Pablo, el segundo mandamiento de la ley incluye necesariamente el primero.

-        El que ama al prójimo ha cumplido la ley… Todos los preceptos se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo… La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud (Rm 13, 8-10).

La mentalidad farisea de todos los tiempos prefiere la interpretación literal de la ley. Jesús se opone a esto porque la ley, así interpretada, puede convertirse en instrumento de injusticia y de defensa del propio interés.

El corazón de piedra se queda en la letra de la ley; el corazón de carne busca el espíritu de la ley: Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne (Ez 36,26).

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