06/04/2024 Sábado de la Octava de Pascua (Mc 16, 9-15)

El primer día de la semana por la mañana resucitó Jesús y se apareció a María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios.

El final del Evangelio de Marcos nos ofrece un resumen de las apariciones del Resucitado. No fueron las últimas. San Pablo, tras enumerar varias, dice: En último término se me apareció también a mí, que soy como un aborto (1 Cor 15, 8). A decir verdad, el Resucitado nunca ha dejado de aparecerse. Se aparece a todo creyente; la fe es el testimonio de que así es.

Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado.

El Evangelista insiste mucho en la incredulidad de los discípulos. No habían creído a Magdalena; tampoco a los de Emaús. ¿Será que el testimonio de otros no basta para creer en el Resucitado y que llegamos a esa fe solamente con la experiencia personal, cuando el Señor se nos aparece? La historia de Tomás parece confirmar esta idea; aunque esa historia concluye con la afirmación de Jesús: Dichosos los que crean sin haber visto (Jn 20, 29). Pero, a pesar de su incredulidad y dureza de corazón, Jesús les encomienda la gran misión:

Id por todo el mundo proclamando la Buena Noticia a toda la humanidad.

Ni el oscuro pasado de Magdalena, ni la presente dureza de corazón de los discípulos, ni ninguna de nuestras carencias, son un obstáculo para que Jesús nos envíe a proclamar la gran noticia del Crucificado-Resucitado. Lo que importa no es lo que fuimos o somos, sino el Espíritu de Jesús que nos habita y actúa por nuestro medio.

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