06/07/2020 Lunes 14 (Mt 9, 18-26)

Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá… Con sólo tocar su manto, me salvaré.

Un hombre y una mujer. Los dos con una fe muy grande en Jesús. El primero es un personaje importante. Según Marcos y Lucas, jefe de la sinagoga y se llama Jairo. Pide a Jesús nada menos que devuelva la vida a su hija que acaba de morir. La segunda es una mujer desconocida que sufre hemorragias; pretende verse libre de su enfermedad tocando el manto de Jesús sin que nadie se entere.

Jesús sintoniza de inmediato con ambos. Con Jairo, se levanta sin mediar palabra y le sigue hasta su casa. Con la mujer, viendo que le conviene personalizar y explicitar su relación con Jesús, le dice en el momento de su curación: ¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado. Aprendamos de ellos a dirigirnos a Jesús con igual fe y audacia. Aprendamos de Jesús a acoger a todos de forma cordial y personalizada. Y entendamos que lo que salva no es el contacto físico, sino la fe. La fe lo levanta todo. Primero levanta a Jesús que estaba sentado. Luego a la muchacha: la tomó de la mano y la muchacha se levantó.

¡Retiraos! La muchacha no ha muerto; está dormida.

Ya ha comenzado el rito funerario en casa de Jairo. Con flautistas y la gente alborotando, según la costumbre. Jesús desdramatiza la muerte. Echa a todos fuera de la casa. Nuestros ritos funerarios son distintos. Pero quienes seguimos a Jesús necesitamos aprender a desdramatizar y relativizar la muerte. Jesús la ve como un sueño: está dormida. Quienes seguimos a Jesús hacemos nuestra la definición de la muerte del Evangelista Juan: pasar de este mundo al Padre (Jn 13, 1).

    0