07/02/2021 Domingo quinto (Mc 1, 29-39)

La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo hicieron saber enseguida. Él se acercó a ella, la tomó de la mano y la levantó. Se le fue la fiebre y se puso a servirles.

Se lo hicieron saber. Igual que María en Caná. Será precisamente Pedro quien nos dirá: Confiadle todas vuestras preocupaciones, pues Él cuida de vosotros (1 P 5, 7). Y esto vale tanto para pedir lo que creemos necesitar nosotros mismos, como para interceder por los prójimos.

Él se acercó a ella. Es un momento digno de ser contemplado con calma: Jesús que se acerca, Jesús que la toma de la mano, Jesús que la levanta. Así hizo con la suegra de Pedro y así hace con nosotros. Que vivamos esta realidad; como la vivía santa Isabel de la Trinidad: Me es imposible decirte la paz que infunde en mi alma el pensamiento de que Él suple mis debilidades, que si caigo en cualquier momento, Él está allí para levantarme e introducirme más en su interior. Que vivamos intensamente esta realidad y que sepamos comportarnos de igual manera.

Al atardecer, cuando se puso el sol, le llevaron toda clase de enfermos y endemoniados.

Es frecuente ver a Jesús rodeado de miserias humanas, enfermos y endemoniados, males del cuerpo y males del espíritu. A quien sufre se le puede ayudar de lejos con la oración de intercesión, pero si esa oración es sincera habrá también, en lo posible, un acercamiento físico. El creyente debe vivir su fe como fuerza sanadora para sí mismo y para sus prójimos.

Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, se levantó, salió y se dirigió a un lugar despoblado donde estuvo orando.

Sale cuando los demás todavía duermen. Necesita mantener la sintonía perfecta con el Padre, para no dejarse atrapar por la tentación de la popularidad; la sufrió en el desierto y continuará presente hasta la cruz. También nosotros necesitamos salir y dirigirnos a un lugar despoblado, necesitamos orar, para mantener afinada la sintonía con el Señor; de lo contrario nos empantanamos y enlodamos con suma facilidad.

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