08/02/2021 Lunes quinto (Mc 6, 53-56)

Dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados.

En aquellos pueblos, ciudades y aldeas, habría más enfermos que los sacados de sus casas y colocados en las plazas. Los no sacados de sus casas no tuvieron oportunidad de sanar tocando la orla del manto de Jesús.

Precisamente en el Evangelio de ayer veíamos cómo Jesús sanaba a la suegra de Pedro. No la sacaron a la plaza, pero llevaron a Jesús a casa de la enferma: Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó (Mc 1, 31). También podemos recordar a la mujer de los flujos de sangre que se acerca a Jesús convencida de que si toco, aunque solo sea sus vestidos, me salvaré (Mc 5, 28).

Tenemos que aprender a acercarnos a Jesús para tocarle y ser tocados. La experiencia de ser tocado por Jesús es algo muy íntimo, fascinante, exquisito. Naturalmente, es cosa suya; pero quien lo busca, lo encuentra. Es experiencia de salvación. Experiencia que encontramos, por ejemplo, en el discípulo Juan: estaba a la mesa sentado al lado de Jesús… Recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice… (Jn 13, 23-25).

Cuantos la tocaron quedaban salvados. El Evangelista habla de salvados, no de sanados. La salud que Jesús ofrece es para el cuerpo y para el espíritu. Recurramos a los médicos del cuerpo y del espíritu. Pero tengamos siempre presente que, por encima de todo, tenemos al Salvador. Jesús comunica salud a partir de lo más profundo de la persona: He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10).

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