08/02/2023 Miércoles 5 (Mc 7, 14-23)

Llamando de nuevo a la gente, les dijo: Escuchad todos y atended.

Ha estado litigando con los fariseos que descuidan los mandatos de Dios en nombre de la tradición de los hombres. Ahora se dirige a todos. Les pide mucha atención: Escuchad y atended. La lección no era sencilla para los judíos que habían institucionalizado la separación entre puro e impuro, a pesar de que, al final de la creación, vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno (Gen 1, 31). Difícil lección; especialmente si la segregación se aplica también a los hombres, unos buenos y otros malos. Por eso Jesús insistirá: Quien tenga oídos para oír, que oiga. La lección es buena también para nosotros, porque también nosotros somos adeptos a segregaciones: malos y buenos, sagrado y profano…

No hay nada afuera del hombre que, al entrar en él, pueda contaminarlo. Lo que sale del hombre es lo que lo contamina.

Jesús se niega a distinguir entre puro e impuro; como se niega a distinguir entre buenos y malos. Se niega a aceptar que Dios esté presente en unos, y en otros no. La presencia de Dios lo llena todo. Y todo, llegada la plenitud de los tiempos, confesará para gloria de Dios Padre: ¡Jesucristo es Señor! (Flp 2, 11).

Todo lo creado participa de la bondad original de la creación, representada por el Edén de la primera lectura de hoy. Son los demonios que albergamos en el corazón los que tienen la habilidad de convertir lo puro en impuro. Jesús enumera unos cuantos: malos pensamientos, fornicación, robos, asesinatos, adulterios, codicia, malicia, fraude, desenfreno, envidia, blasfemia, arrogancia, desatino. Todas estas maldades salen de dentro y contaminan al hombre. Estas maldades, más o menos manifiestas u ocultas, todos las llevamos dentro.

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