10/02/2021 Santa Escolástica (Mc 7, 14-23)

No hay nada afuera del hombre que, al entrar en él, pueda contaminarlo. Lo que sale del hombre, es lo que lo contamina.

Se lo dice a la gente; a todos. Hoy estamos en mejor disposición para entenderle que quienes le escuchaban entonces. La religión judía había caído en la trampa de la ley. Trampa que amenaza a toda religión de todo tiempo. Resulta más cómodo atenernos a lo mandado que tener que discernir lo que debemos hacer; compromete menos.

Después de hablar a la gente, Jesús se lo repite a solas a los discípulos: Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Quiere que vayan despojándose del legalismo imperante; que el punto de referencia de su vida sea solamente Él.

San Pablo detesta que sus comunidades cristianas caigan en la trampa del legalismo: ¡Gálatas insensatos! El que os otorga el Espíritu y obra milagros entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley o por la fe en la predicación? (Gal 3, 1-5). Cayendo en la trampa de la ley, lo religioso se llena de normas y actos de piedad, y se vacía de Dios.

Es cierto que son muchos los que, por temperamento o por formación, necesitan, como los ancianos, un andador para ir por la vida; se derrumban sin el andador de la ley y del orden. Se refugian en la doctrina de siempre, en la moral estricta, en las estructuras firmes. Mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer.

Pero también es cierto que quien usa el Evangelio como andador para su oración personal, ve cómo su vida entera se va transformando poco a poco: El Evangelio es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree (Rm 1, 16).

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