10/03/2021 Miércoles 3º de Cuaresma (Mt 5, 17-19)

No penséis que he venido a abolir la ley o los profetas. No vine para abolir, sino para cumplir.

La fe en Jesús hace que todo precepto sea interiorizado de modo que abarque acciones, deseos y motivaciones. Y esto porque el precepto de Jesús es uno solo: el del amor. Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado (Jn 15, 12). Toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Gal 5, 14). La fe viva en Jesús se pone de manifiesto en el amor. El amor es el cumplimiento cabal de la ley (Rm 13, 10).

Os aseguro que mientras duren el cielo y la tierra, ni una letra, ni una coma de la ley dejara de realizarse.

Ni una letra, ni una coma. Es posible caer en uno de estos dos extremos: absolutizar la ley o despreciarla. Lo que al creyente debe importar no es hasta dónde le permite llegar la ley, sino hasta dónde le permite llegar su fe y su adhesión a Jesús. La grandeza del amor se pone de manifiesto en la delicadeza que uno pone en los pequeños detalles. El megalómano egocéntrico pasa de ellos. El que ama mima los detalles y no pasa por alto una lágrima o una sonrisa. Se alegra con los que se alegran y llora con los que lloran (Rm 12, 15).

Teresa de Lisieux escribe: Las obras deslumbrantes me están prohibidas. Para dar prueba de mi amor no tengo otro medio que el de no dejar escapar ningún pequeño sacrificio, ninguna mirada, ninguna palabra; de aprovechar las más pequeñas acciones y hacerlas por amor.

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