10/04/2021 Sábado de la Octava de Pascua (Mc 16, 9-15)

Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con Él, que estaban tristes y llorosos.

Tristes y llorosos. Están de duelo. Además, temen a la autoridad judía. Tienen cerradas las puertas de la casa y están encerrados en sí mismos. No quedan resquicios por donde puedan entrar los rayos de luz. Les podemos aplicar las palabras de Pablo: No queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos, para que no os entristezcáis como los demás que no tienen esperanza (1 Tes 4, 13). Atraviesan un momento absolutamente deprimente.

La contemplación de esta deplorable escena debe conducirnos a los creyentes a una buena gestión del duelo. No podemos permitir que el duelo por un ser querido llegue a incapacitarnos. Que la fe abra las rendijas por donde se nos cuele la presencia del Resucitado. Esas rendijas suelen tener nombres propios; los de personas que han sido encontradas por Jesús.

Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron.

No creen a Magdalena que dice haber visto al Señor; tampoco creerán poco a los dos discípulos que cuentan su experiencia en el camino de Emaús. Es bueno y saludable contemplar al grupo de discípulos encerrados en aquel reducido espacio, sin luz ni aire. Las personas marchitan como flores cuando no se liberan de las cadenas del duelo o del miedo.

Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidadY les dijo: Id por todo el mundo y proclamad la buena Nueva a toda la creación.

Ahora sí olvidarán los espacios cerrados; ahora sí que se dispersarán por todo el mundo desde la confianza absoluta en la acción de Dios.

    0