11/03/2021 Jueves 3º de Cuaresma (Lc 11, 14-23)

Cuando uno fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están en seguro; pero si llega uno más fuerte que él y le vence, le quita las armas en las que estaba confiado y reparte sus despojos.

El palacio de la interioridad humana está ocupado por fuerzas enemigas que luchan por adueñarse del palacio. Están, por un lado, las fuerzas del mal. De ellas habla Jesús cuando dice: De dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas cosas salen de dentro y contaminan al hombre (Mc 7, 21-23).

Pablo contempla alarmado esa lucha que se desarrolla en su interior: Si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí (Rm 7, 20). Por una parte, las fuerzas del egoísmo; por otra las del Espíritu. La misma lucha que en la sociedad: individualismo o fraternidad. Haremos bien, como Pablo, en levantar los ojos al cielo y comenzar clamando: ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? Para concluir luego con un gran suspiro de alivio: ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor! (Rm 7, 24-25).

Jesús ha venido para que nuestro palacio disfrute de paz, para que tengamos vida en abundancia, para destruir a todos los demonios que amenazan con arruinar el palacio. La fe nos dice que tenemos la victoria asegurada. Nos lo dice Pablo: Todo lo puedo en Aquel que me da fuerzas (Flp 4, 13). Nos lo asegura Jesús: En el mundo tendréis tribulación. Pero, ¡ánimo!: yo he vencido al mundo (Jn 16, 33).

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