12/02/2021 Viernes quinto (Mc 7, 31-37)

Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis.

Ayer era en la región pagana de Tiro; hoy, en la región semipagana de la Decápolis. Se suponía que la actividad de Jesús debía circunscribirse al territorio de Israel. Pero comienza a ponerse de manifiesto que lo de Jesús traspasa toda frontera. Ayer sanaba a una niña por intercesión de su madre; hoy sana a un sordomudo porque se lo piden.

Le llevaron un hombre sordo y tartamudo y le suplicaban que impusiera las manos sobre él.

Este hombre representa a quienes tienen problemas de relación y viven encerrados en sí mismos. Son muchos. Hoy más que ayer, por el impacto de la tecnología en la sociedad. Es un problema complicado. Si la sanación de la hija de la Cananea fue rápida, la del hombre sordo y tartamudo es un proceso lento y muy elaborado: Lo tomó, lo apartó de la gente y, a solas, le metió los dedos en los oídos; después le tocó la lengua con saliva; levantó la vista al cielo, suspiró y le dijo: Effetá, que significa ábrete.

Todos padecemos de sordera de corazón y de inhabilidad de comunicación. Todos, para salir de la mediocridad y llegar al conocimiento y la experiencia personal del encuentro con Jesús, necesitamos distanciarnos de las estructuras que sostienen nuestra vida. Todos necesitamos esos pasos del proceso de Jesús con el sordomudo para poder escuchar su Palabra, para salir de nosotros, para vivir proclamando las maravillas de Dios. Effetá es la palabra que deberíamos hacer resonar constantemente en nuestro interior. Ábrete: no vivas ensimismado; desocúpate de ti mismo para ocuparte de los demás. Como María en Caná; como el Samaritano de la parábola.

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