12/02/2024 Lunes 6º (Mc 8, 11-13)

Salieron los fariseos y se pusieron a discutir con Él, pidiéndole, para tentarlo, una señal del cielo.

Para tentarlo. Se repiten las tentaciones del desierto. Si Jesús dispone del poder de Dios, es lógico que lo use en favor de su pueblo de manera contundente. Pero eso es lógica humana; nada que ver con la de Dios.

Los fariseos asociaban a Dios con lo grandioso y lo extraordinario; se les hará imposible reconocer al Mesías en la mediocridad de un hombre, hijo del carpintero de Nazaret. Sus expectativas mesiánicas estaban cargadas de triunfalismos. Pero Jesús asocia a Dios con lo sencillo y lo humilde, y percibe su presencia en las flores del campo o en el pellizco de levadura hundido en la masa. ¿Quizá también nosotros estamos contagiados del maravillosismo fariseo? El camino del triunfo absoluto de Dios es el de la cruz: Y yo, cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12, 32).

¿Por qué esta generación reclama una señal?

Los fariseos quieren ver y quieren tocar. Mejor ahora que después. No les sobra paciencia y querrían tenerlo todo claro de inmediato y a la carta. Si el Señor concediese la señal que le piden, ¿cambiaría su actitud hacia Jesús? La respuesta nos la dan ellos mismos, por ejemplo, el día de la resurrección de Lázaro.

La absoluta novedad de Dios que vemos en Jesús, solamente puede ser recibida como regalo, con el corazón abierto de los sencillos. Jesús está harto de la religiosidad de quienes se creen con derechos ante Dios y le piden pruebas. Por eso, los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla.

    2