13/06/2022 San Antonio de Padua (Mt 5, 38-42)

Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia.

Jesús es el alfa y el omega de la creación entera, principio y fin de todo lo que existe: porque todo fue creado por Él y para Él (Col 1, 16); y porque hay un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y nosotros por Él (1 Cor 8, 6).

Todo evoluciona hacia ese omega, hacia esa culminación gloriosa al final de los tiempos en un proceso, lento para nosotros, de pacificación, de cristificación, de configuración de todos los seres de la tierra y de los cielos, mediante la sangre de su cruz (Col 1, 20).

Pero yo os digo. Jesús nos invita a dar un paso adelante; a pasar de una la etapa primitiva de la ley del talión, a una etapa de plena humanización con Él y por Él; a llegar a ser capaces de devolver bien por mal.

Se diría que la humanidad no ha progresado mucho en esto del perdón: que si guerras, que si penas de muerte, que si memorias históricas… Se diría que somos genéticamente reacios a perdonar a fondo perdido. Sigue brotándonos de lo más profundo la exigencia de que delincuentes y terroristas paguen por sus crímenes. ¿Cuántos de nosotros aceptamos y practicamos el mensaje del perdón gratuito? ¿Cuántos de nosotros hemos aprendido a renunciar a nuestros derechos?

Acostumbrémonos a rezar la oración atribuida a Francisco de Asís: Oh, Señor, hazme un instrumento de tu paz. Donde hay ofensa, que lleve yo el perdón. Donde haya tinieblas, que lleve yo la luz. Porque, perdonando, se es perdonado. Muriendo, se resucita a la vida eterna.

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