14/01/2021 Jueves primero (Mc 1, 40-45)

Se le acercó un leproso y, arrodillándose, le suplicó: Si quieres, puedes sanarme. Él se compadeció, extendió la mano, lo tocó y le dijo: Lo quiero, queda sano.

Si quieres. Jesús es su única esperanza. Pero, ¿y si Jesús no lo quiere? Pero, ¿podría no quererlo? Sí que conocemos algún caso en que Jesús se muestra reticente para obrar el milagro; fue para poner a prueba la fe de la demandante. En Él, la compasión puede más que cualquier otra consideración.

Extendió la mano y lo tocó. Para los judíos más observantes, Jesús es un transgresor de la ley. En muchas ocasiones actúa saltándose las normas referentes al sábado. Hoy viola lo establecido por la ley de Moisés referente a lo puro y a lo impuro; tocando al leproso se hace impuro. El gesto nos recuerda aquello de: Habéis oído que…; pero yo os digo que… (Mt 5). Jesús rompe la barrera entre pureza e impureza legal. Pureza e impureza es algo determinado no por la ley, sino por el corazón humano.

Al punto se le fue la lepra y quedó sano.

El gesto de Jesús nos invita a tocar, a sentirnos cercanos al enfermo, al que sufre, al necesitado. La sanación del leproso nos enseña con toda claridad que la salvación no es cosa nuestra, sino de Dios.

No digas nada a nadie… Pero él se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia.

Los entusiasmos y fervores religiosos son buenos, pero deben estar atemperados por la discreción. Jesús lo dijo de manera gráfica: No echéis vuestras perlas delante de los cerdos (Mt 7, 6). Y así reaccionó ante el entusiasmo de una mujer: Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan (Lc 11, 28).

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