14/04/2024 Domingo 3º de Pascua (Lc 24, 35-48)

Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: La paz con vosotros.

Están hablando sobre lo vivido por los dos discípulos de Emaús. No se lo creen. Tienen motivos sobrados para mostrarse escépticos. Comenzando por la cruz. También nosotros tenemos motivos para el escepticismo: el mundo a la deriva, las guerras, las pandemias… En verdad, lo verdaderamente extraordinario es creer; lo normal es no creer.

Como no acababan de creérselo por la alegría y estaban asombrados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer?

El encuentro con Dios siempre te lleva al asombro; va más allá de la alegría… Es otra experiencia. Y estos estaban alegres, pero una alegría que les hacía pensar: ¡esto no puede ser verdad! No olvidéis este estado de ánimo tan hermoso (Papa Francisco).

Lucas escribe para cristianos de cultura griega. Por eso insiste, como ningún otro Evangelista, en presentar al Resucitado comiendo. El pensamiento griego, tan fundamental en la cultura occidental, establece una diferencia garrafal entre materia y espíritu, cuerpo y espíritu, natural y sobrenatural, tiempo y eternidad… Pero, ¿dónde acaba uno y dónde empieza el otro? La contemplación del Resucitado de Lucas lo unifica todo. Así lo entiende el culturalmente griego san Pablo: Todo tiene en Él su consistencia (Col 1, 17). Para nosotros existe un solo Dios, el Padre, que es principio de todo y fin nuestro, y existe un solo Señor, Jesucristo, por quien todo existe y también nosotros (1 Cor 8, 6). El pensamiento clásico griego cree en la inmortalidad del alma; el pensamiento cristiano en la resurrección de la carne. Pero, ¿cómo resucitan los muertos? Se siembra un cuerpo animal, resucita un cuerpo espiritual (1 Cor 15, 44).

Vosotros sois testigos de esto.

No somos testigos si vivimos una fe apática hacia dentro. Somos testigos si vivimos una fe que irradie al Resucitado, centro de la vida, desde la vivencia profunda del asombro, de la alegría, de la paz.

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