17/01/2024 San Antonio (Mc 3, 1-6)

Los fariseos salieron inmediatamente y deliberaron con los herodianos cómo acabar con Él.

La tensa escena de hoy ha sido precedida por los enfrentamientos sobre el ayuno y el sábado. Estos hombres, tan religiosos ellos, se sienten obligados en conciencia a buscar la manera de eliminar a Jesús. Ante estos hombres resulta evidente que la conciencia no puede ser referente último de conducta. La conciencia correcta está abierta a la escucha. La de estos hombres está cerrada a todo, incluso al milagro. La obediencia puede ser criterio de conducta más fiable que la conciencia.

Entró otra vez en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada.

Basta abrir un poco los ojos para ver que lo de la mano paralizada es una pandemia que nos afecta a todos en mayor o menor grado. Todos sufrimos de artrosis espiritual que nos impide extender las manos y abrazar a quienes sufren cerca de nosotros. Pongamos ante Él nuestras raquíticas manos cada día; Él inyectará vigor en ellas.

Dijo al hombre de la mano paralizada: Levántate y ponte en medio.

Ponte en medio. El hombre, en el corazón del sábado; en el corazón de toda ley. En ese lugar y momento sagrados, sinagoga y sábado, lo más sagrado de todo es ese hombre.

Entonces los miró indignado, aunque dolorido por su obstinación y dijo al hombre: Extiende la mano.

La mirada de Jesús suele ser amable. Hoy llama la atención su mirada indignada hacia aquellos hombres, por otra parte tan piadosos. Es que Jesús siente repugnancia viendo a un hombre menospreciado en nombre de Dios. Recordemos que quien más complicado lo tiene para abrazar la novedad de la Buena Noticia no es el disoluto hijo pródigo, sino su muy correcto hermano mayor.

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