17/02/2021 Miércoles de Ceniza (Mt 6, 1-6; 16-18)

Convertíos a mí de todo corazón… Rasgad los corazones, no los vestidos.

Comenzamos la Cuaresma con palabras de Joel, el profeta del Día del Señor: el día de la restauración definitiva por la efusión del Espíritu sobre todos, sin excepción alguna. Convertíos a mí. Es decir, no busquéis tanto convertiros a una vida más virtuosa; buscadme a mí. Las palabras de Joel, ocho siglos anteriores a Jesús, anuncian las del mismo Jesús: Convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1, 15).

Siempre es tiempo de conversión, porque siempre nos queda un largo recorrido para identificarnos mejor con el Señor. Pero la Cuaresma es tiempo especialmente adecuado de conversión, porque queremos celebrar mejor la Pascua. Queremos celebrar mejor a este Dios que, hecho hombre, nos ama hasta el extremo de la cruz. La más profunda conversión consiste en dejar de mirarnos a nosotros mismos para poner nuestros ojos solamente en Él. Nada debería desviar nuestra atención de Él.

El Señor es la meta de nuestro peregrinar en el mundo. Para encontrar la ruta, hoy se nos ofrece un signo: la ceniza en la cabeza. La cuaresma es el momento para librarnos de la ilusión de vivir persiguiendo el polvo. Este viaje de la Cuaresma es un viaje de regreso a lo esencial (Papa Francisco).

Cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, de modo que tu ayuno no lo vean los hombres, sino tu Padre que está escondido.

Al comenzar la Cuaresma haremos bien en preguntar al Señor qué ayuno prefiere. Podría ser que me pidiese algo distinto al ayuno de la boca; que me pidiese, por ejemplo, el ayuno de los ojos. Sí me pedirá que mi ayuno signifique una apertura a las necesidades del prójimo. Preguntémosle; seguro que nos responderá.

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