17/03/2021 Miércoles 4º de Cuaresma (Jn 5, 17-30)

Os lo aseguro: El Hijo no hace nada por su cuenta si no se lo ve hacer al Padre. Lo que Aquél hace, lo hace igualmente el Hijo.

Una persona que se enamora de otra, se identifica con ella. Hace suya la voluntad y los gustos de esa persona. Su felicidad depende de la felicidad de esa otra persona. Así le sucede a Jesús. Dios es Amor. Para que Dios sea Amor, necesita ser Trinidad. El Padre y el Hijo, dos personas distintas, se hacen uno en el Espíritu por amor: Yo y el Padre somos uno (Jn 10, 30).

Jesús Hombre y Jesús Dios es una única persona. Jesús Hombre, el Hijo de María; Jesús Dios, el Hijo de Dios. En Jesús, de carne y hueso, reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente (Col 2, 9). Jesús Hombre es transparencia de Dios.

Lo sabe bien Teresa de Jesús, que se opone tenazmente a la tendencia de su época de prescindir de lo corporal. Ella se empeña en traer delante de los ojos su retrato e imagen. Retrato e imagen del Jesús humano, el que recorre los caminos de Galilea y las páginas de los Evangelios. Tengo para mí que la causa de no aprovechar más muchas almas y llegar a muy gran libertad de espíritu, cuando llegan a tener oración, es por esto. Por prescindir del Hombre Jesús.

Así también Juan de la Cruz: Lo que antiguamente habló Dios en los profetas a nuestros padres de muchas maneras, ahora a la postre, nos lo ha hablado en el Hijo todo de una vez. En lo cual da a entender la carta a los Hebreos (Heb 1, 1-2) que Dios ha quedado como mudo y no tiene más que hablar.

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