17/04/2024 Miércoles 3º de Pascua (Jn 6, 35-40)

Yo soy el pan de la vida; el que venga a mí no pasará hambre, el que cree en mí no pasará nunca sed.

El que venga a mí. Es decir, el que crea en mí, el que ponga su confianza en mí, el que haga de mí el punto de referencia de su vida, no pasará hambre ni sed. El que venga a mí verá satisfechos sus más profundos anhelos, porque Yo soy el pan de la vida. El pan de la vida, asimilable por la fe, hace que la vida no sea una irrelevante existencia, sino una vida de plenitud, porque yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10). Jesús nos alimenta con el pan de su palabra y con la carne y sangre de su vida ofrecida en la cruz y presentada como alimento sobre la mesa de la Escritura y de la Eucaristía.

Igual que necesitamos sentarnos a nuestra mesa para alimentar el cuerpo, necesitamos de la misma manera sentarnos a su mesa para venir a Él, para creer en Él, para afianzar nuestra adhesión a Él. La comunión, la común-unión con Él, significa identificación con quien se entregó sin reservas por todos. No nos engañemos pensando que comulgamos piadosamente porque así lo sentimos, cuando quizá lo hacemos egoístamente relegando a los demás a un muy segundo plano.

Recibir la comunión es mucho más que recibir el pan consagrado. Lamentablemente es posible acercarse a recibir la comunión sin comulgar con Jesús. Recibir la comunión carece de sentido cuando no se vive de manera solidaria. Por otra parte, si al comulgar me identifico verdaderamente con Él, viviré una vida diferente, de muy superior calidad.

    3