18/04/2024 Jueves 3º de Pascua (Jn 6, 44-51)

Nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no lo atrae.

La fe no es fruto de la iniciativa humana. Tampoco del lugar o familia en que nacemos. La fe es un don que Dios da a quien quiere. Los nacidos en viejos países de cristiandad hemos llegado a pensar que lo normal es creer. No; lo normal es no creer. Y ahora, en estos nuevos tiempos, llegamos a decir que se está perdiendo la fe. No; lo que se está perdiendo es la cristiandad: un estilo de vida teñido de cristianismo que es más cultura que fe. Vemos en el Evangelio, y vemos hoy, que la fe verdadera, es cosa personal; no de multitudes.

Nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no lo atrae.

Nosotros, los creyentes, venimos a Él, creemos en Él, confiamos en Él, porque el Padre así lo ha querido. El Padre no nos pide el cumplimiento de leyes, tradiciones y devociones; nos pide la plena adhesión a la persona de Jesús. Depender de un venerable pasado puede ser el mayor obstáculo para la adhesión a Jesús. Así en tiempos de Jesús y así ahora.

Nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no lo atrae.

Sería necedad creernos superiores a los que no creen. Dice san Pablo: ¿Qué tienes que no hayas recibido? (1 Cor 4, 7). Y san Juan: Nadie puede arrogarse nada si no se lo concede Dios (Jn 3, 27). Y santa Teresa: ¿Qué podemos pagar los que no tenemos qué dar si no lo recibimos? Los creyentes celebramos esta atracción del Padre viviendo en la alabanza a Dios, e irradiando a los prójimos la riqueza que llevamos dentro.

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