18/09/2020 Viernes 24 (Lc 8, 1-3)

Le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades…, y otras muchas que le servían con sus bienes.

En el episodio precedente Jesús ha dejado en ridículo al, posiblemente, hombre más prestigioso de aquel pueblo; al tiempo que ha devuelto su dignidad a la mujer prostituta. Fue algo insólito. Insólito también, como nos dice el Evangelio de hoy, que el Maestro se mueva por los caminos de Galilea acompañado por discípulos y discípulas. Algunas le siguen porque Jesús les ha curado y no quieren separarse de Él; otras, quizá mujeres de algunos de los Doce, le siguen y le ayudan con sus bienes.

Debió sorprender mucho la libertad de Jesús rompiendo convencionalismos y mostrando hacia las mujeres el mismo aprecio que hacia los varones. Es un asunto en el que nos queda camino por recorrer. Santa Teresa y Santa Teresita opinan fuerte sobre esto. El Papa Francisco comenta: Las mujeres encontraron en Jesús un mensaje y una forma de vida liberadora que les hizo tomar una nueva conciencia de sí en una sociedad y un templo para los que sus vidas carecían de valor. Jesús les invita a compartir su misión con Él, más allá de los rígidos moldes culturales y religiosos impuestos.

Una mujer gritó entusiasmada: Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron. Y Jesús le respondió: Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen (Lc 11, 28). La maternidad es realmente algo excelso. Pero hay algo más excelso, mucho más excelso. La mayor excelencia y dignidad de la mujer, igual que en el varón, provienen de la capacidad para escuchar y cumplir la Palabra de Jesús.

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