19/01/2021 Martes segundo (Mc 2, 23-28)

Y sucedió que un sábado cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas.

La brecha se agranda entre el grupo de Jesús y otros grupos religiosos. Ayer, con el tema del ayuno, veíamos en acción a discípulos del Bautista y de los fariseos; hoy son los fariseos. Un observador imparcial diría que los del Bautista y de los fariseos parecen más serios, mejor cohesionados por la ley y la tradición, con mayor poder de atracción para jóvenes con inquietudes. Diría también que el grupo de Jesús parece más liberal y que lo único que les une es la persona de Jesús.

Estamos en un día de junio, con el grano casi maduro en las espigas. Jesús y los discípulos disfrutan del día, de la naturaleza, de la camaradería. Es una bella estampa. Pero no del gusto de los más serios. Y se lo reprochan a Jesús: Mira, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido? Y Jesús sale en defensa de los suyos.

El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del Hombre es señor del sábado.

Ayer decía que no es oportuno ayunar en una boda mientras el novio está con los invitados. Hoy recurre a un episodio del Antiguo Testamento. Pero no hay argumento que valga. Un odre viejo no puede recibir el vino nuevo. Para el odre viejo la ley está por delante de la persona.

El ferviente fariseo Saulo se convirtió en el ferviente cristiano Pablo. Cuando vio que la comunidad de Galacia coqueteaba con la vieja religiosidad, les escribe: Para ser libres nos ha liberado Cristo. No os dejéis oprimir por el yugo de la esclavitud (Gal 5, 22).

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