19/12/2023 Martes 3º de Adviento (Lc 1, 5-25)

Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor.

Zacarías e Isabel son un matrimonio ejemplar, aunque ensombrecido por la pena de no haber tenido descendencia. Tanto que la última etapa de su vida está marcada por la rutina y la resignación. Atrás quedaron fervores e ilusiones. Ahora, cuando contra toda lógica humana y contra toda esperanza, Zacarías oye que su oración ha sido escuchada, no lo cree. ¡Qué fácilmente puede instalarse la incredulidad en el corazón de la persona piadosa! ¡Qué fácilmente podemos llegar a pensar y actuar como si Dios se hubiese olvidado de nosotros o hubiese perdido el control de las cosas!

El Zacarías anterior al nacimiento del Bautista, nos enseña lo que no debemos ser de mayores. Piadosamente instalado en su rutina, Zacarías ya no tiene nada especial que comunicar; vive mudo. Es que quien no tiene fe, quien no confía, no tiene nada valioso que comunicar. La imprevista intervención de Dios lo cambiará todo y el corazón de Zacarías desbordará de comunicación con su Benedictus. Es que hasta las puertas más herrumbradas por la rutina pueden ser abiertas por Dios: No temas, Zacarías, que tu petición ha sido escuchada, y tu mujer Isabel te dará un hijo a quien llamarás Juan. Te llenará de gozo y alegría.

La intervención de Dios se puede hacer esperar, pero llega. Llega siempre, y llega a todos; probablemente de manera insospechada.

El Papa Francisco nos dice que es necesario aprender a fiarse y a callar frente al misterio de Dios y a contemplar en humildad y silencio su obra, que se revela en la historia y que tantas veces supera nuestra imaginación.

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