20/03/2021 Sábado 4º de Cuaresma (Jn 7, 40-53)

La gente andaba dividida a causa de Él.

La gente. O sea, la mayoría de la población; la que constituye lo que llamamos opinión pública. Unos dicen esto, otros dicen aquello. Escuchan a Jesús y comentan. Sus vidas no se ven afectadas. Son volubles y manejables. Están a merced de quienes controlan los hilos de la opinión pública, lo mismo que las marionetas por los dedos del titiritero.

Unos decían: Éste es el Mesías. Otros rebatían: ¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea?

Esto nos da pie para preguntarnos cuánta importancia damos a la apariencia, la condición social, la raza, etc. de las personas que encontramos. No nos apresuremos a decir que tenemos todo eso superado, porque no es cierto. Para superar desde la fe y la oración nuestros prejuicios es necesario comenzar por aceptar que sí nos condicionan.

Hay dos grupos de personas que no son la gente. El primero grupo es el de los guardias. Son los malos de la película. Cuando sus jefes preguntan por qué no han arrestado a Jesús, responden: Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre. Son los más tocados por las palabras de Jesús; igual que el colectivo de los marginados publicanos y prostitutas.

El segundo grupo que no es la gente, es el de quienes detentan el poder sobre el pueblo a la sombra del poder político: los sumos sacerdotes y los fariseos. Advierten que Jesús socava su autoridad y no se detendrán hasta verle muerto en la cruz, aduciendo motivos religiosos. Es muy complicado pertenecer a este grupo y mantenerse íntegro. Lo vemos en Nicodemo que, por el momento, se doblegó a la injusticia de sus colegas. Jesús, como anunció Simeón, es signo de contradicción; lo fue ayer, y lo es hoy.

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