18/11/2018 Domingo 33 (Mc 13, 24-32)

Entonces verán llegar al Hijo del Hombre entre nubes, con gran poder y gloria.

Es la frase más importante, del Evangelio de hoy. Es igual que la introducción de la parábola del Juicio Final (Mt 25, 31-32). Jesús, principio y fin de todo y de todos. Porque todo fue creado por Él y para Él (Col 1, 17). Todo. Todos vamos a su encuentro. Muchos no lo saben; no han recibido el don de la fe. Otros, los creyentes, sí lo sabemos.

Pero antes de llegar al encuentro glorioso y definitivo con Jesús, lo normal es que experimentemos en la última etapa de nuestra vida, en la ancianidad, lo escuchado en el Evangelio:

En aquellos días el sol se oscurecerá, la luna no resplandecerá, las estrellas caerán del cielo y las fuerzas de los cielos serán sacudidas.

No pensemos que estas palabras se refieren al fin del mundo mundial; se refieren al fin del mundo de cada uno de nosotros. Lo que acabamos de escuchar (el sol se oscurece, la luna sin resplandor, las estrellas que caen del cielo, etc.), es una manera de describir lo que sucede cuando llegamos a la tercera edad. Es bueno y necesario aprender a vivir la ancianidad. Hace dos mil años escribía Séneca: Abraza y ama la ancianidad. Te procurará abundante placer si sabes cómo hacer uso de ella. Los años de gradual declive se cuentan entre los más dulces de la existencia.

Cuando parece que no valemos para nada es cuando mejor podemos ser nosotros mismos. Nos aceptamos mejor; aprendemos a vivir desde lo interior. Si no aprendemos a envejecer nos pareceremos a erizos espinosos; pero quien envejece sabiamente irradia paz y vive dedicado a sus prójimos. No vivamos nuestros últimos años solamente porque no nos morimos. Vivamos para hacer mejor el pequeño mundo en el que nos movemos. Vivamos esperando serenamente la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.

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