23/11/2018 Viernes 33 (Lc 19, 45-48)

Mi casa será casa de oración, pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos.

Cuando se trata de presentar a este sorprendente Jesús, tan irritado, el Evangelista Lucas prefiere quitar leña al fuego. No menciona el látigo de cuerdas con que expulsa a los vendedores del templo (Jn 2, 15). En otro momento de irritación, prefiere olvidar aquello de raza de víboras contra los fariseos (Mt 23, 33).

Jesús se incomoda cuando, en lo relacionado con Dios, olvidamos la dimensión esencial de la gratuidad y domina el interés personal. Algo de esto puede darse entre quienes nos consideramos buenos cristianos. Jesús se incomoda porque entonces lo religioso, templos, oraciones, devociones, etc., no sirven sino para alienarnos y alejarnos de la realidad diaria. San Óscar Romero decía: Jamás vayamos a la iglesia huyendo de nuestros deberes de la tierra. Vayamos a tomar fuerzas y claridad para retornar a cumplir mejor los deberes del hogar, de la orientación sana de las cosas de la tierra.

El nuevo templo, el espacio perfecto para la oración, para la relación entre el hombre y Dios, es Jesús. Este templo abarca todo espacios y todo momento: Llega la hora, ya estamos en ella, en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad (Jn 4, 23).

El Papa Francisco comenta este episodio sirviéndose del látigo de cuerdas del Evangelista Juan: ¿Sabéis cuál es el látigo de Jesús para limpiar nuestra alma? La misericordia. Abrid el corazón a la misericordia de Jesús. ¿Le permito que haga limpieza de todos mis comportamientos contra Dios, contra el prójimo y contra nosotros mismo? La misericordia es su modo de hacer limpieza.

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