30/11/2018 San Andrés, apóstol (Mt 4, 18-22)

Caminando por la ribera del mar de Galilea.

Este día marca un antes y un después en la vida de Andrés, Simón, Santiago y Juan. Recuerdan emocionados el momento y la belleza del escenario; todo tan sencillo, tan sereno, tan hermoso, tan luminoso. Este encuentro es el comienzo de una relación especial con Jesús. Como dice Pablo, les hará vivir su vida en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí (Gal 2, 20).

Muchos siguen a Jesús, pero pocos llegan a esa relación tan personal. Para muchos cristianos, piadosos y correctos, la cosa queda en formalismos y formulismos. Se nota en la falta de compromiso, especialmente con los prójimos. Es cierto que Jesús elige a quien quiere; pero también es cierto que quien busca, encuentra. Andrés y compañeros habían buscado acercándose primero al Bautista (Jn 1, 40).

Vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Y ellos, al instante, dejando las redes, le siguieron.

El Papa Francisco comenta que los apóstoles eran personas sencillas. No eran sacerdotes ni doctores de la ley. ¿Cómo pudieron, con sus limitaciones y persecuciones, llenar Jerusalén con su enseñanza? Porque su fe se basaba en una experiencia tan fuerte y personal de Cristo muerto y resucitado, que no tenían miedo de nada ni de nadie.

La llamada de Jesús se produce en medio de las tareas cotidianas. La llamada es para estar con Él, e ir con Él, con su Espíritu, a proclamar la Buena Noticia al mundo entero. ¿Puedo ver en mi vida un encuentro con Jesús parecido al de estos primeros discípulos?

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