01/12/2018 Sábado 34 (Lc 21, 34-36)

Poned atención, que no se os embote la mente con el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de la vida.

Puede que, en ocasiones, así suceda. Pero, normalmente, entre personas correctas y piadosas, la mente no suele quedar aturdida por vicios, embriagueces o preocupaciones de la vida. Sí que puede quedar aturdida por los más sutiles enemigos de la vida: la rutina, la apatía, el decaimiento que sobreviene con el paso de los años.

Velad en todo momento, pidiendo poder escapar de cuanto va a suceder y presentaros ante el Hijo del Hombre.

¿Cómo hacerlo? La fe, dice Pablo, pone muchas armas en nuestras manos: Revistámonos de las armas de la luz (Rm 13, 12). La más poderosa y eficaz es la Palabra de Dios, que es viva y eficaz y más cortante que espada de dos filos. Penetra hasta la división entre alma y espíritu, articulaciones y médulas y discierne sentimientos y pensamientos del corazón (Heb 4, 12). La Palabra de Dios, especialmente el Evangelio, no permite que la mente se embote, porque el Evangelio es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree (Rm 1, 16). El Papa Benedicto nos invita a creer en la sacramentalidad de la Palabra (VD 56).

El cristiano, como la Iglesia entera, se mantiene despierto y perspicaz en todo momento gracias a la Palabra. Santa Teresa de Ávila asegura que Jesús mismo le reveló que todo el daño que viene al mundo es de no conocer las verdades de la Escritura. Y santa Teresa de Lisieux nos habla del embrujo que el Evangelio ejercía sobre ella: En cuanto pongo la mirada en el Evangelio, respiro de inmediato los perfumes de la vida de Jesús y sé de qué parte correr.

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