06/12/2018 Jueves primero de Adviento (Mt 7, 21; 24-27)

No todo el que me diga: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de Dios, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo.

El gran Sermón de la Montaña (capítulos 5, 6 y 7 de Mateo) llega a su fin. Estas últimas líneas son para quienes rezan mucho. Los que podrían pensar que están en perfecta sintonía con Dios y luego se encontrarían con el rechazo del Señor: En verdad os digo que no os conozco (Mt 25, 12). Es un fenómeno frecuente el vivir dos vidas aparte separada: la de piedad y la de las tareas y relaciones cotidianas. Una vida así se parece a…

Quien escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a un hombre sin juicio que construyó su casa sobre arena.

La vida del cristiano consiste en escuchar la Palabra para luego ponerla en práctica. Obras quiere el Señor, repetía santa Teresa. Se puede vivir una vida plagada de rezos pero carente de escucha y de práctica. El criterio de discernimiento de una auténtica vida cristiana está claro: los frutos. Como los apuntados por Jesús en la parábola del Juicio Final: Tuve hambre y me disteis de comer, etc. La piedad intimista, la emoción, el sentimiento no sirven; son muy egocéntricas. Y cuando llega la tormenta todo se hunde.

Quien escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a un hombre prudente que construyó su casa sobre roca.

La Roca es Jesús. Por eso lo de la escucha de la Palabra. Él es el único capaz de fortalecer la fe del discípulo; el único capaz de hacerle superar la fragilidad; el único capaz de conducirle al compromiso firme ante Dios, los prójimos y uno mismo.

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