17/02/2020 Lunes 6º (Mc 8, 11-13)

¿Por qué esta generación pide un signo? Yo os aseguro: no se dará a esta generación ningún signo.

Son los fariseos; personas de mucha piedad. Acaban de ser testigos del milagro de la multiplicación de los panes, pero no les basta. Quieren algo espectacular que no deje lugar a dudas sobre el origen divino de Jesús. Se ven a sí mismos santos y juiciosos; tanto que se creen con autoridad para indicar a Jesús cómo debe actuar si quiere que le crean. Ignoran que una fe milagrera es una fe sin compromiso.

Es triste ver cristianos piadosos que, en lugar de beber en la fuente del agua viva del Evangelio, beben en pozos de aguas turbias. Capaces de viajar detrás de mensajes celestiales, de acudir a misas tridentinas, de participar en manifestaciones carismáticas… Es una fe morbosa, supersticiosa, egocéntrica, que debilita la simplicidad de la fe evangélica ciertamente expresada en lo sensible, pero basada en una adhesión total a la Palabra, no en la búsqueda afanosa de signos, muy a menudo ambiguos.

No es la primera vez que Jesús es tentado de esta manera. Así mismo fue tentado en el desierto: Si eres Hijo de Dios, tírate abajo (Mt 4, 6). Jesús rechaza los gestos espectaculares. No es el estilo de Dios. En el Horeb (1 R 19, 3-13) Dios no habló a Elías en el rayo, el terremoto o el trueno, sino en la suave brisa. Dios habla en lo cotidiano y en lo aparentemente trivial. El Papa Francisco dice: Las señales del Reino no son extraordinarias, sino que acontecen en lo cotidiano de la vida. Requieren una mirada abierta, con capacidad de dejarse sorprender e impactar por los gestos de gratuidad, generosidad y belleza que nos rodean.

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