21/01/2023 Santa Inés (Mc 3, 20-21)

Vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de Él, pues decían: Está fuera de sí.

No sabemos cómo acaba este episodio. Sí sabemos que, poco después, llegan de nuevo sus parientes, su madre entre ellos, a hacerse cargo de Él y Él no les atiende: Porque quien cumpla la voluntad de Dios es mi hermano, mi hermana y mi madre (vv. 31-35).

Sus propios parientes no le entienden. Tampoco José y María le habían entendido en el templo a sus doce años; pero le escucharon y reaccionaron rumiando lo que les había dicho. Hoy, entre los parientes de Jesús mandan los que no escuchan, los que lo tienen todo claro y no permiten que uno de los suyos se independice. Si hay amores que matan, los hay también tan manipuladores y controladores que no permiten que el otro goce de libertad. También Jesús conoció la incomprensión; no solo por parte de quienes le odiaban, también por parte de quienes le querían. Se dice con razón que lo opuesto al amor no es el odio, sino el ansia de imponerse y dominar a las personas.

La popularidad de Jesús fue grande en los primeros momentos de su vida pública: no le dejaban tiempo ni para comer. Pero encontramos desde el principio dos grupos que no le aceptan: las autoridades religiosas y sus parientes. Contemplamos a Jesús ante tanta oposición. La de sus parientes, ¡qué duda cabe!, bien intencionada. Cuando la oposición es fuerte, se necesita mucha fuerza interior para no desequilibrarse interiormente. Jesús halla esa fuerza en sus encuentros mañaneros con Abbá en lugares apartados (Mc 1, 35).

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