22/06/2020 Lunes 12 (Mt 7, 1-5)

No juzguéis para que no seáis juzgados.

Escuchamos a Jesús con el telón de fondo de la mujer adúltera acosada por hombres indignados y armados de piedras; y las palabras de Jesús que les conmina: Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra (Jn 8, 7). También podemos valernos de lo que dice San Pablo: No tienes excusa quienquiera que seas, tú que juzgas, pues juzgando a otros, a ti mismo te condenas, ya que obras esas mismas cosas (Rm 2, 1).

Mírate al espejo, pero no para maquillarte de modo que no se vean tus arrugas. Mírate al espejo para verte tal como eres. Así evitarás querer quitar la mota del ojo ajeno, mientras en tu ojo hay una viga (Papa Francisco). Juzgar es algo que corresponde solamente a Dios. A nosotros nos corresponde rezar por quienes obran mal. No debemos juzgar nunca porque nuestros juicios suelen carecer de misericordia, mientras el juicio de Dios está lleno de misericordia.

El juicio prohibido por Jesús es el juicio condenatorio. Es evidente que no podemos dejar de ver lo que otros hacen, bueno o malo. También es evidente que somos enfermizamente propensos a fijarnos más en los defectos que en las virtudes de los prójimos.

No juzguéis para que no seáis juzgados. Es una invitación a un autoanálisis sobre el nivel de mi propensión a juzgar malévolamente a quienes me rodean. Puedo también extender ese autoanálisis a la mayor o menor conciencia sobre mis propias debilidades. Pero, dicho esto, será bueno recordar las palabras de Santa Teresa de Lisieux: Lo que hay que hacer es amar a Jesús sin mirarse a uno mismo y sin examinar demasiado los propios defectos.

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