23/01/2023 San Ildefonso (Mc 3, 22-30)

Los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios.

Los escribas, los maestros de la ley, el grupo dirigente de la religión judía. Viven tan aferrados a la tradición que ven toda novedad como una traición a lo más sagrado. Y esto, a pesar de que Isaías había vaticinado las señales del Reino de Dios que todos esperaban: Mirad a mi siervo…, mi elegido… Sobre Él he puesto mi espíritu para que promueva el derecho en las naciones… La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará… No vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra (Is 42, 1-4). Nada que hacer; los escribas están tan atrincherados en sus convicciones, que ni Moisés ni los profetas podrán hacerles recapacitar. Este error suele darse entre personas fervorosas de todas las religiones. Lo que delata esta error es la intolerancia.

Un reino divido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir.

Si hay división es que no hay perdón. Y si no hay perdón, se cierra la puerta a nuevas oportunidades. A quien no abraza la lógica del Reino de Dios, lógica fundada en la misericordia y el perdón, le tocará malvivir siempre acompañado por desequilibrios y desasosiegos paranoicos.

Dios es amor; en su casa caben todos; con sus brazos engloba a todos. ¿Por qué cerrar puertas a nadie en nombre de Dios? Si actuamos como aquellos escribas que pretenden excluir a otros de Dios, pecamos contra el Espíritu de Dios, contra el Espíritu Santo. Estemos muy atentos, porque los primeros pasos de este pecado los damos cuando atribuimos malas intenciones a nuestros hermanos.

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