24/02/2021 Miércoles 1º de Cuaresma (Lc 11, 29-32)

La multitud se aglomeraba y Él se puso a decirles: Esta generación es malvada: reclama una señal, y no se le concederá más señal que la de Jonás.

Esta generación es malvada. Son palabras fuertes. En Mateo 12, 39 vemos que Jesús las dirige a los fariseos y letrados. Son hombres de mucha religión, moralmente correctos, y se creen autorizados a decidir si lo de Jesús es aceptable o no. Para decidirlo necesitan una señal portentosa. Pero Jesús no es partidario de prodigios gratuitos. No que no los realice; estamos rodeados de prodigios. Pero los prodigios no engendran fe, sino que es la fe la que los produce y los percibe.

La persona con propensión a lo prodigioso no ha sido tocada por el Evangelio. Suele estar marcada, como aquellos piadosos fariseos, por la testarudez en sus convicciones; se apoyar en leyes y tradiciones; relega al prójimo a un plano secundario. La devoción a lo prodigioso deriva en una fe poco pura, porque busca lo extraordinario olvidando la Bienaventuranza del Señor: Dichosos los que creen sin haber visto (Jn 20, 29).

Antes de dar mi adhesión a apariciones, visiones o mensajes del cielo, debo verificar si están en sintonía con todos los contenidos del Evangelio, no solo con alguno quizá sacado de contexto.

No se le concederá más señal que la de Jonás.

Es el mayor de los signos. No hay prodigio mayor que el de Jesús crucificado, sepultado y resucitado. No hay mejor discípulo de Jesús que quien se ha visto deslumbrado por este prodigio: Al ver el centurión, que estaba frente a Él, que había expirado de esa manera, dijo: Verdaderamente este hombre era hijo de Dios (Mc 15, 39).

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