24/09/2020 Jueves 25 (Lc 9, 7-9)

Herodes se enteró de todo lo sucedido y estaba desconcertado.

¡Quién no se desconcierta con Jesús! Herodes estaba desconcertado porque, no sabiendo nada de Jesús, temía que Juan Bautista, asesinado por él, se hubiese reencarnado en Jesús. La interioridad de Herodes estuvo dominada por la superstición y el remordimiento.

Pero no solo Herodes. También el Bautista estaba desconcertado (Mt 11, 3). Todos quedamos frecuentemente desconcertados y asombrados. Es que el desconcierto y el asombro forman parte del seguimiento. Así se lo dijo a Natanael: Has de ver cosas mayores (Jn 1, 50).

En aquel momento nadie conocía la identidad de Jesús. Nadie sabía a qué atenerse respecto a Él; tampoco los discípulos. ¿Lo sabemos nosotros? ¿Quizá creemos tenerlo todo claro? Si así es, desconocemos la preciosura del camino de la fe. Desconocemos la maravilla del progresivo conocimiento de la Verdad, y no sabremos de los asombros que salpican la vida de quien vive con Él.

Y deseaba verlo.

Por ahora no le es posible satisfacer su curiosidad. Llegará el momento en que tendrá ante sí a Jesús, le hará numerosas preguntas, pero Jesús no responderá nada (Lc 23, 9). Para ver a Jesús hay que acercarse a Él y escucharle.

Jesús conoce la frivolidad de Herodes. Representa bien a quienes viven a nivel epidérmico; siempre buscando nuevas experiencias y sensaciones. Esta pobreza interior es peor que la de un pordiosero. Con personas así, el silencio puede ser la mejor respuesta. Jesús no creerá oportuno dirigirle la palabra.

No se puede conocer a Jesús sin tener problemas. El catecismo no es suficiente: a Jesús es necesario conocerle en el diálogo con Él. No se puede conocer a Jesús sin involucrarse con él, sin apostar la vida por Él (Papa Francisco).

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