25/05/2020 Lunes 7º de Pascua (Jn 16, 29-33)

¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo.

Los discípulos están radiantes. Creen que, por fin, han llegado a entender a Jesús: Por esto creemos que has salido del Padre. Es un estado de ánimo con el que Jesús no está muy conforme. No quiere que las luces del Espíritu ofusquen al discípulo y le instalen en la complacencia y le hagan pensar que ha alcanzado el pleno conocimiento de la verdad. No quiere que el discípulo se sienta seguro en la solidez de su fe o en la firmeza de su voluntad. Les prefiere, nos prefiere, humildes. Prefiere que seamos discretos, desconfiando de lo nuestro para confiar única y exclusivamente en Él. Así es cómo mantendremos la paz, más allá de éxitos o fracasos, más allá de heroísmos o traiciones.

En el mundo tendréis tribulaciones. Pero, ¡ánimo!; yo he vencido al mundo.

Tribulaciones en el mundo; evidentemente. Pero también en nosotros mismos. Nos bastamos solos para complicarnos la vida. Cuando Él nos enseña a orar no nos invita a pedir ser librados de la tentación; nos invita a pedir no caer en ella. Y, en el supuesto de caer en la tentación, tampoco desmoralizarnos. Él es el vencedor del mundo, de la muerte, del pecado: Porque Él debe reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies (1 Cor 15, 25).

La última palabra sobre la vida no la tiene ni el mundo, ni el pecado, ni la muerte. En los momentos oscuros el aliento de Dios, que es fuente de todo amor y fortaleza, nos sostiene incondicionalmente, aun cuando nosotros lleguemos a dudar de ello.

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