25/09/2020 Vierne 25 (Lc 9, 18-22)

Estando Él una vez orando a solas, se le acercaron los discípulos y Él los interrogó.

Jesús acostumbra orar a solas por la mañana temprano. Ora con la ayuda de la Palabra de Dios: oraciones conocidas por todo judío, especialmente los salmos. Ora de forma personal, con el silencio contemplativo y la vivencia profunda de su comunión con Abbá. Ora presentando a Abbá la circunstancia presente. Así, cuando los discípulos se le acercan, las preguntas que hace no son improvisadas; han sido maduradas en oración.

¿Quién dice la gente que soy yo? Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

La primera es solamente una introducción a la segunda, que es la que realmente le interesa. Jesús necesitó discernir en oración el ritmo de revelación de su identidad a los discípulos. Sabía bien que esperaban otra cosa de Él; estaban convencidos de que el mesianismo de Jesús sería de signo terreno y triunfal.

Ésta ha sido a lo largo de los siglos la tentación más común en la comunidad cristiana. La tentación del poder, de la fuerza, de la censura, del castigo, junto con la tentación de las riquezas y del prestigio. Nuestro peor enemigo no lo tenemos fuera, sino dentro de nosotros. La aceptación plena del Crucificado es asunto pendiente para todo seguidor de Jesús.

El Hijo del Hombre debe sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día.

Jesús no dulcifica la dimensión conflictiva del Reino para que los suyos no lo abandonen o para ganar más adeptos, sino que es consciente de la radicalidad del mensaje que encarna. Por eso asume con libertad sus consecuencias y avisa a los discípulos sobre ellas (Papa Francisco).

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