26/01/2021 Santos Timoteo y Tito (Mc 3, 31-35)

La gente estaba sentada en torno a Él y le dijeron: Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan.

Imaginamos la escena. Tiene lugar en campo abierto. Jesús enseña, de pie. La gente, mucha gente, le escucha sentada en torno a Él. En esto, llegan su madre y sus parientes. Jesús los ve más allá del círculo de quienes le escuchan. Los ve impacientes. Como ha dicho poco antes el Evangelista, vienen para hacerse cargo de Él porque está fuera de sí (v. 21). No entran en el círculo de Jesús; quieren que Él salga de ese círculo.

Los parientes han presionado a María para acompañarles. Piensan que la presencia de la madre dará mayor probabilidad de éxito a su propósito de volver a Nazaret con Jesús. Ella, que no está de acuerdo con sus parientes, cede. Sabe que Jesús comprende su delicada situación. Así se lo confirma Él al final del episodio: Quien cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.

Mirando en torno a los que estaban sentados en corro a su alrededor, dice: Estos son mi madre y mis hermanos.

Los lazos de la sangre son fuertes. Más lo son los de la amistad. Y más aún los de la fe porque, hundiendo sus raíces en el Espíritu de Jesús, superan a otros lazos en profundidad y en universalidad. La fe en Jesús instaura un nuevo estilo de vida: la de la familia de los hijos de Dios.

A todos nos corresponde hacer de madres y hermanos en algún momento de la vida. La maternidad que se nos pide no es solo trayendo hijos al mundo sino también haciendo hijos espirituales de Jesucristo (Papa Francisco).

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