26/06/2020 Viernes 12 (Mt 8, 1-4)

Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente.

Para comenzar el Sermón de la Montaña Jesús había subido al monte (Mt 5, 1). Ahora, concluido el sermón, baja del monte. La multitud vuelve a seguirle, tal como hacía antes de subir al monte. Lo dicho en la Montaña, Jesús lo va a poner en práctica ahora.

En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.

Quienes ven al leproso creen que detrás de esa desgracia hay un pecado; ¿suyo?, ¿de sus padres? (ver Jn 9, 2). El leproso está convencido de que está pagando un precio y de ser un peligro para quienes le rodean. Lo único positivo que hay en aquel hombre es su confianza en Jesús. Es suficiente.

Será bueno y saludable trata de identificarnos con el leproso. Situémonos en el plano de la moralidad o pecaminosidad. Arrodillados ante Él le decimos con sinceridad, con sencillez, con confianza: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Él no pregunta, no aconseja, no impone penitencias, no pretende sacar rendimiento a su favor. Sencillamente extiende la mano, me toca y me dice: Quiero, queda limpio. Así de sencillo; dentro y fuera del sacramento de la confesión.

Extendió la mano y lo tocó.

Podía haber dicho al leproso desde una prudente distancia: Quiero, queda limpio. Pero, no. Se acercó y lo tocó. Contemplando la escena nos preguntamos cómo nos comportamos ante quienes consideramos leprosos en nuestro entorno: marginados, inmigrantes, homosexuales… Dice el Papa Francisco: Nuestro sistema es experto en excluir y estigmatizar a mucha gente. Son los descartables. Jesús se deja afectar por su realidad. También nosotros somos urgidos a recrear el gesto de Jesús de extender la mano, tocar sus vidas y dejarnos tocar por las suyas.

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