27/01/2021 Miércoles tercero (Mc 4, 1-20)

Escuchad. Una vez salió un sembrador a sembrar.

La parábola nos habla de un sembrador, de una semilla, de unos terrenos. Ponemos primero la atención en lo más sencillo de entender: los terrenos. Sencillo, porque es fácil identificamos con alguno de ellos. ¿Quizá con todos ellos dependiendo del momento que vivimos? Con la parábola de la cizaña (Mt 13, 24ss) Jesús viene en ayuda nuestra para que no nos descorazonemos ante las dificultades que encuentra la semilla para fructificar. También podemos recurrir a la parábola de la higuera (Mc 11, 12ss) que no da fruto porque nunca es tiempo de higos.

En segundo lugar, ponemos nuestra atención en la semilla. Aquí respiramos con alivio. La semilla, a pesar de todos los pesares, durmamos o velemos, siempre produce fruto, sin que nosotros sepamos cómo (Mc 4, 26ss). La semilla, la Palabra de Dios, es eficaz e imparable. El profeta Isaías lo dice así: Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi Palabra (Is 55, 10).

Finalmente ponemos la atención en el sembrador. Aquí, olvidados terrenos y cizañas, los horizontes se nos llenan de luz. Contemplamos el señorío, la seguridad del Sembrador. Salió a sembrar: Llegada la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (Gal 4, 4). Sabe que mucha semilla se pierde. Pero sabe, sobre todo, que la cosecha final será magnífica: Llegada la plenitud de los tiempos todo tendrá a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra (Ef 1, 10).

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