27/01/2023 Viernes 3 (Mc 4, 26-34)

El Reino de Dios es como un hombre que echa un grano en la tierra.

Ese hombre, después de echar el grano en la tierra, ¿qué hace? Nuestra lógica nos dice que estaría bien atareado procurando humedad al grano y eliminando las malas hierbas que pueden sofocar al grano. Pero, no. El Señor nos sorprende diciéndonos que aquel hombre se va a dormir tranquilamente, consciente de que, haga que haga, el grano germinará y crecerá y dará su fruto.

Esta parábola ilustra bien la primera predicación de Jesús: El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1, 15). No habló de castigos, ni de exigencias morales; anunció un inacabable año de gracia. No habló de cómo podemos salvarnos, sino de cómo somos salvados. Es que, como dice san Pablo, es Dios quien, en su designio, produce en vosotros el deseo y su ejecución (Flp 2, 13).

Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla.

De nuevo su lógica ante la nuestra. Puestos a buscar comparaciones, nosotros no habríamos apostado por un humilde arbusto de mostaza, sino por un majestuoso cedro del Líbano.

Si buscamos brillantez y resultados a nivel personal, familiar o social, nos frustraremos pronto. No es esa la idea del éxito para Jesús. Dice el Papa Francisco que, para entrar a formar parte del reino es necesario ser pobres en el corazón; no confiar en las propias capacidades, sino en el poder del amor de Dios; no actuar para ser importantes ante los ojos del mundo, sino preciosos ante los ojos de Dios, que tiene predilección por los sencillos (Papa Francisco).

    0