27/03/2021 Sábado 5º de Cuaresma (Jn 11, 45-57)

Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en Él.

¿Qué es lo que había hecho? Resucitar a Lázaro de Betania, el hermano de María y Marta. El Evangelista nos dice que, ante tal prodigio, muchos creyeron en él. Claro que el mismo Evangelista nos ha dice en otro momento que Jesús no se fiaba de ellos (2, 24). De hecho, dentro de poco la multitud le recibirá con entusiasmo en Jerusalén al grito de HOSANNA (12, 13), y días después, la misma multitud vociferará ante Pilato pidiendo la liberación para Barrabás y la crucifixión para Jesús (19, 15).

Para Jesús, la institución religiosa judía, tan estructurada y cargada de normas, ya no tiene sentido. Ante Jesús hubo, y sigue habiendo, toda clase de posturas. La más llamativa, la de los profesionales de la religión: Si le dejamos que siga así, todos creerán en Él y vendrán los romanos y nos destruirán el santuario y la nación.

Los dirigentes judíos, religiosa y moralmente correctos, no pueden permitir que su culto y sus vidas sean puestos en entredicho. Llegan a convencerse de que eliminando a Jesús hacen un servicio a Dios.

Pero…, llegados a este punto, apuntemos el dedo hacia nosotros mismos. Porque todos tenemos algo de lo que vemos en aquellos dirigentes judíos. Jesús siempre pone en entredicho toda forma de instalación o complacencia. El paso de los años suele provocar estilos de vida correctos pero carentes de compromiso. La edad agudiza ingenios, y nos hace expertos en colocar aureolas de santidad sobre conductas aparentemente santas pero decididamente egocéntricas. Y sabemos recurrir a razones religiosas para encubrir motivaciones poco evangélicas.

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