27/12/2023 San Juan Evangelista (Jn 20, 1-8)

Juan, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago, fue uno de los discípulos más tempraneros y entusiastas de Jesús. Él nos ha regalado la experiencia más sublime del amor de Cristo. Su Evangelio y sus cartas muestran un itinerario de fe, marcado por la pasión en el seguimiento del Señor, muerto y resucitado.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

El otro discípulo; el primero en creer en el Resucitado. Si es cierto que la fe es el camino al amor, no es menos cierto que el amor es el camino a la fe. El amor hace que las incredulidades se evaporen como el rocío con la salida del sol.

Juan es sumamente cuidadoso en detallar lo que vio en el sepulcro: Vio los lienzos en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a los lienzos, sino plegado en un lugar aparte. Anteayer, en el pesebre de Belén, eran los pañales; hoy, en el sepulcro de Jerusalén, son los lienzos. Encarnación y Redención son dos dimensiones de una única realidad: Tanto amó Dios al mundo que nos dio a su Hijo (Jn 3, 16).

Juan es gozosamente consciente de ser amado por Jesús. El otro discípulo es el discípulo a quien amaba Jesús; el cuarto Evangelio lo repite hasta en seis ocasiones. No hay auténtica relación personal con Jesús sin saberse amado. No es suficiente creer que Dios ama a todos. Solamente cuando me sé personalmente amado, puedo descubrir en los demás ese mismo amor. Solamente cuando me sé personalmente amado puedo decir con Juan que aquello que han visto mis ojos y escuchado mis oídos, eso os anunciamos para que se colme vuestra alegría (1 Jn 1, 4).

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